miércoles, 2 de diciembre de 2009

Crónicas de facebook III: Las cosas de los hombres


Es difícil explicar esa idea de que los hombres nos estamos cosificando, sobretodo porque suena muy mal y nos decepciona. Es innegable que tenemos una dimensión objetiva y material que pide alimento a diario. Últimamente y a partir de mis disertaciones en torno a facebook, descubro que soy cara, no, mejor dicho costosa, y que existe un grupo de personas que compiten por comprarme. Todavía no entiendo en qué consiste esta aplicación que se llama Owned! y me tiene muy inquieta, eso de que me subasten, un día una rubia cara de loca es mi dueña y otra uno de mis alumnos ¡quieren controlarme! No soy una muñeca para que jueguen así con mi persona. Claro peor sería que mi precio fuera bajo o que nadie quisiera comprarme. Desde luego que, aparte de pedir auxilio para entender esta modalidad, recurro a la broma para hablar de un tema serio.
En estos momentos estoy leyendo un libro sobre las cosas y su significado en el ámbito doméstico. De ahí concluyo que no es nada fácil decir yo no soy materialista o a mí las cosas no me importan, porque la tenue división entre la cosa y el ser es inestable. Me dicen los autores que las cosas nos condicionan y nosotras a ellas, uno puede entrar a la casa de una persona y pasear entre sus cosas como si fuera un lector y descifrar el pasado, el presente, incluso los deseos más ocultos. De esta misma forma el escritor uruguayo Felisberto Hernández cuenta en “Las hortensias” cómo, el protagonista, posee muñecas de plástico, una de ellas Hortensia (con la apariencia de su propia mujer). Escenógrafos a su servicio, las acomodan en una vitrina del tamaño de un cuarto, retando la lectura del protagonista que entretiene sus tardes decodificando las vidas ficticias de las chicas plásticas.
Los objetos nos hablan de las necesidades y de nuestra ideología, forman carreteras que preparan el despegue de nuestros proyectos futuros. Las cosas son los dobles de nuestros amores, mismas que guardamos en la cartera o bajo la almohada; las cosas son los suvenires de la nostalgia y también las raíces de nuestra historia. Los lazos que nos unen a las cosas son más fuertes de lo que imaginamos, y conste que he dejado al último las cosas como señuelos de la admiración ajena o de la envidia que algunos piensan “los engrandece”. A mí me subastan en un juego, pero a muchos los secuestran para comerciar con ellos en un mercado infame donde el símbolo por excelencia, el dinero, que en otros tiempos trajo la paz, vale más que la propia vida.
Comienzo mis clases de literatura con La pipa de Magritte que, desde luego no es una pipa, para probar el poder de la representación. Les pido en seguida que escupan la cruz que llevan al cuello o que corten por la mitad la foto de novia o novio que llevan en la cartera. Todos sin excepción se rehúsan porque saben, como lo sabemos todos, que las cosas se llenan de sentido, que en ellas habitan presagios, o momentos encapsulados. Y yo me pregunto quién habita este aparato por el que escribo, ha pasado a formar parte de mi ser más que muchas personas, conoce mis secretos, es mi herramienta de trabajo, mi contacto con seres lejanos, el baúl de los recuerdos que aloja las fotos y películas de mi vida. Es también la extensión de mi memoria, guarda mi música favorita y las ideas que temo olvidar. Sé también que por medio de la red a la que me conecta es un rastreador infalible y que, en segundos se puede ubicar mi presencia física. Sé también que es indiscreta y que las páginas que visito gracias a su ayuda, dan cuenta de todas mis relaciones, aficiones y hábitos de consumo. La red es como el dinero un símbolo ambiguo, una forma de contacto y comercio, un medio para hacer la guerra o para lanzar propuestas de paz.
Ya me compró un nuevo postor y llega a mi celular la notificación. Entro a clases para discutir la novela que hemos leído Las violetas son flores del deseo de Ana Clavel. No me gusta el papel de crítico pero la cito porque retrata esta cosificación, entre otras muchas cosas. Un hombre obsesionado por poseer a su propia hija, fabrica muñecas como las “hortensias” para consumar aquello que no puede hacer con su hija. Las muñecas son objetos de la violación y como son “vírgenes “pueden desflorarse con evidencia, es decir: sangran. La novela además de ser un homenaje a Felisberto, no deja a ningún lector inerte. A mí no me gustó pero admito que me provocó desvelo y por eso aquí la describo. No me gustó porque lo que en algunos autores es erotismo o insinuación en ella me pareció crudeza y pornografía. Además de que, no conforme con hacer patente el tabú del incesto, lo que es un tema caro en la literatura mexicana, o demostrar aquel cosismo del que hablaba Perec, hacia el final la convierte en una novela policiaca con secta fundamentalista y todo, muy al estilo de El código daVinci. Le agradezco algunas frases realmente hermosas, le agradezco darme motivos de discusión para varias sesiones de clase, le agradezco que reitere en mí la admiración por Felisberto y por mi queridísimo Francisco Tario. Él sí pudo unir con pericia en “Entre tus dedos helados” (Una violeta de más. Estas violetas me parecieron más olorosas) el incesto, lo policiaco, y hasta a los fantasmas. Maestro de cosificar a los hombres y sensibilizar a las cosas, Tario en los sesentas suicidó a un barco, narró la profanación sexual de un pobre féretro y hasta nos hizo seguir a un traje gris por una noche de juerga. Todo esto en algunas noches (antología La noche).
Es justo denunciar que la novela de la Clavel no se aleja mucho de la realidad sobre las muñecas, en este video se muestran las muñecas que con éxito se venden en Japón y que tiene, una “inofensiva” línea de muñecas niñas de entre ocho y doce años.
Por todo esto quiero que me expliquen porque me compran y me venden, no quiero terminar siendo una foto en las cavernas del ciberespacio o una línea de muñecas cuarentonas para hombres de gustos nostálgicos.

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