lunes, 30 de junio de 2008

El cajón de los triques donde todo cabe.


Asistí a un curso de hipermodernidad (literatura) con la esperanza de entender o encontrar la hiperdefinición clara de este concepto evanescente que suplanta al volátil posmodernismo. Hoy en día los cambios se suceden abruptos, como pestañas o ventanas de un ciber espacio. La lectura se queda trunca y, a veces, el sentido común no logra aterrizar ante la ideología por encargo que se fabrica ipso facto como si fueran piezas pre hechas para levantar un edificio. La mole se fundamenta sobre las cimientes apenas levantadas, hoy ya vieja e inconclusas, que dejó la definición anterior. Paredes altas que oscurecen el paisaje, me parece que si la modernidad tiene una constante es la prisa. Prisa que nos impele a buscar configurarnos en el vacío, y cuando apenas encontramos unir los cabos de la maraña, un inconforme se levanta con un nuevo proyecto derrumbando, como si fuera castillo de arena, el atentado previo ¿Quién entiende? Es hábil sobreviviente el que lleva la lectura al día y vomita sin ton ni son nombres de filósofos franceses, notas a pie de página de una conversación desarticulada, donde la lógica ha perdido el hilo por que no leyó el último postulado de un teórico polaco que se refiere a la hipertrofia de la hipermodernidad ciberconstruida ¿Qué será de nosotros cuando se nos acaben los prefijos? Colgados entre Ismos e hipertextos, al hombre moderno le cuelgan los pies en el espacio.
Se abrió mi curiosidad ante una negra magnífica, culta y políglota que nos bailó salsa y me hizo pensar que el ritmo fluiría entre sesiones para develar la nueva literatura del Caribe; que nos iría seduciendo con golpes de cadera. No encontré el ritmo. Atendí tres días a una sesión espiritista que invocó viejos fantasmas para acreditar nuevos refritos. Y es que lo de hoy es el travesti, transexual, la mujer desterrada, los negros incomprendidos y todos los demás márgenes quedamos ahorcados entre el extremos sumo y la falocracia central ¡Ay de ti si te atreves a nombrar a los escritores clásicos o a declara la aberrante costumbre de acostarte con el sexo opuesto y nada más! Si se pugna por la inclusión y el diálogo ¿no sería justo entender que en la paleta los tonos medios son más aún que los extremos?
Odia a Shakespeare o a Borges—Que valor gritan los hipermodernos ante esta sentencia—pero no se te ocurra criticar a sus nuevos ídolos, compadritos del círculo intelectual avant-garde porque te recetan un psiquiatra. La estrategia del nuevo escritor –nos dicen enérgicos—es la trasgresión de la trasgresión, es ir a la marcha contra la hambruna de cualquier país africano cargando las bolsas de las últimas compritas en Macy; es escribir una novela de manera tan hiperrealista que no parezca novela, que use el lenguaje de manera tan atropellada que no suene a literatura; elegir personajes que forniquen y defequen toda la novela porque es, ante esa naturalidad, ante ese hiperrealismo artificial y deliberado que los “nuevos intelectuales” se inclinan.
Y encontré grandes historias, y muy buenas propuestas pero la radicalización de las posturas, la inclusión de todo sin concierto, la falta de ritmo me hace pensar que el hiperrealismo es el cajón de triques en donde todo cabe.
Todo se justifica con ideología, y sí, para todo hay razones; pero insisto en la vieja frase de Nietzsche sobre aquello de que el corazón tiene razones… y nunca se hablo sobre sentimiento, ritmo, conmoción del espíritu, y un largo etcétera. Tal vez soy una romántica desmedida y la culpa es mía por ir a cursos y no arroparme entre las páginas sin pedir explicaciones; por pensar que el derecho a disentir es lo que deben propiciar los tiempos modernos; por creer que se despejaría ante mí la incógnita de una era en construcción.
Como habitante de este tiempo en busca de su nombre, puedo decir que pertenezco a la orilla, no sé qué tanto. Soy una mujer en un país lleno de contrastes, padezco de ansiedad diaria: por pagar las cuentas, por educar a mis hijas, por ser creativa ante 21 años de matrimonio; respeto la sexualidad y reconozco que la perversión en nada tiene que ver con el derecho de elección o preferencia sexual. Es por esto último que armar una trinchera intelectual a partir de los genitales me parece un despropósito, las contingencias o convergencias ideológicas son tan múltiples como posiciones tiene el Kamasutra y si el símbolo de hoy es el travestí, me uno a la marcha para decir que estamos las mujeres equilibristas que nos reinventamos a diario para cumplir con roles antiguos e incorporáramos gadgets modernos, deseosas de reconocimiento, hambrientas de éxito y de llegar a la quincena con cambio.