jueves, 3 de diciembre de 2009

Crónicas de Facebook 6: Montessori de la Montaña


I look at all the lonely people, así comienza Eleonore Rigby de los Beatles. Todos estamos solos pero a veces somos más conscientes de esa soledad que, a momentos, nos abraza y otras parece secarnos la piel como si estuviéramos deambulando por el desierto eterno. Cuando más solo te sientes agradeces la mano que te rescata, el beso que te ampara. Los autores de esos gestos se alojan en la memoria como habitantes distinguidos y ¡qué difícil olvidar! La memoria invoca a esos personajes tal vez para que sigan vivos y, otras, para darles la dimensión adecuada y por fin archivar.
La vida ha sido buena conmigo porque me introdujo a este mundo con una infancia difícil, luego de eso todo ha sido una trama más simple. Es como si de niña me hubiera crecido una armadura resistente y se me hubiera otorgado como escudero a un testigo que escribe lo que me pasa a partir de cierta distancia. Entre la armadura y el testigo escriben el cuento en el que soy una heroína que siempre rescata la mejor parte y siempre sale triunfante.
Presiento que la materia de la que se forma mi armadura y las palabras que le dan autoridad a mi testigo se desarrollaron en la primaria, una escuela singular que supo entender mi soledad y me hizo creer, hasta la fecha, que soy la princesa de todos los cuentos y la artífice de todos los juegos. Detrás de las instituciones están siempre las personas y por eso no olvido ni olvidaré a mis compañeros de entonces, a los que tengo el privilegio de querer más que ellos a mí, y a mi maestra querida para la que no crezco y quien parece entusiasmarse con mis descubrimientos de madurez, con el mismo cariño con el que se sorprendía cuando me aprendía la capital de un país nuevo o actuaba con vehemencia en las obras escolares. Estoy segura de que no soy diferente a todos los demás alumnos que han pasado por sus bancas, ni pretendo serlo, pero me reconozco como el principio de la cadena, la alumna dinosaurio, miembro de una generación de fósiles que comenzaron la “línea de la vida” de los alumnos de lo que hoy se llama Montessori de la montaña.
A partir de Facebook he ido recuperando (este año en particular) pedazos de mi vida, personajes con los que quedó pendiente un abrazo, un reclamo, una palabra, o simplemente cerciorarme de una impresión dudosa que hoy queda satisfecha.
Lety, mi maestra, vive y tiene su escuela en Cuernavaca, así que les pedí permiso a mis hijas y a mi marido, también, en mi trabajo, para dormir en casa de la maestra. Hice mis maletas y llegué a una troje de madera con un temazcal, habitada por un bóxer latoso, por los Beatles que se asoman por todas las paredes, por marionetas y muñecos de todos tamaños.
Mi primera sorpresa fue compartir la cama con Bob Dylan y con Federico García Lorca ¡qué fantasía! Los dos muñecos de trapo de tamaño natural hicieron de mi noche un deleite, y es que quién puede dormir con dos de sus ídolos sin tener que pagar luego las consecuencias de un menage e trois que ni mandado a hacer.
Por la mañana Lety me hizo mi lunch, otra fantasía hecha realidad ¿A cuántos niños no les gustaría dormir en casa de su maestra, que te haga el almuerzo y, como cereza en el pastel, llegar de su mano al colegio?
El plan era hablar sobre literatura con la nueva generación de alumnos. Quienes me conocen saben que soy maestra y que ésa, es quizás, mi mejor aventura y la literatura, mi tema. La clase o plática estaba preparada para las 11:00 y, claro, llegué temprano porque lo hice de la mano de la directora. Así que hubo tiempo de un tour por las instalaciones. Recorrí salón por salón en un viaje hacia el pasado, en cada recinto me esperaba un pedazo de materia que había estado en mis manos treinta años atrás. El material didáctico de los colegios Montessori es muy singular, su misión es estimular los sentidos para hacer significativo el conocimiento: cuentas de colores brillantes para sumar; cubos hechos de bolitas de cristal para comprender cantidades; cajoneras con mapas de todos los países, esas piezas que parecían inertes y que hoy han cambiado sus fronteras; el maniquí del cuerpo humano que muestra exhibicionista todos sus órganos y que lleva el nombre del maestro de teatro de entonces: Rodolfo, sin duda mi primer amor ¡Objetos que estuvieron en mis manos antes de que tuvieran este tamaño y estas pecas que comienzan a acusar la madurez!
Para muchos resulta desorbitado que cuente cómo, al tener entre mis manos el cubo del millar me caí en un hoyo de tiempo y comencé a llorar, no los culpo, es probable que nunca hayan tenido entre sus manos un cubo hecho de cuentas doradas que representan el millar, el verdadero y auténtico millar que en mi mente da sentido a todos los miles de días que he vivido, a los miles de pesos que gano por mi trabajo, a las miles de palabras que he escrito y por las que rara vez cobro, porque me avergüenza cobrar por lo que eleva mi felicidad al millar. Pero lo mejor de todo es que a una distancia discreta Lety transitó por el pasado también, fue un gran abrazo el que nos trajo de vuelta y anudó perfecto pasado y presente, en un collar que llevaré puesto hasta que me despida para siempre de todas las fronteras y confines del mapa de este mundo.
La clase comenzó en la biblioteca con niños de diferentes edades. Quienes conocen el sistema Montessori saben que en un solo grupo cohabitan niños de distintos grados escolares y que aprenden de modo eficaz no sólo el conocimiento, sino la tolerancia y el altruismo. Así que mi auditorio estaba integrado por niños de 10 a 14 años (intuyo, no pregunté). Tras presentarme como el dinosaurio que comienza la generación de niños Montessori educados por Lety, hablé sobre los mundos posibles de la literatura, discutimos la existencia de los entes de ficción y ellos actuaron para mí, pequeñas obras de teatro coordinados por el nuevo maestro que, de seguro, será el primer amor de alguna de las chicas. El auditorio fue de primera, Maru una pequeña de alrededor de los 10 años, me dio unas cuantas clases sobre coherencia narrativa y un adolescente guapetón de quien, confieso apenada, olvidé el nombre, me habló del psicodrama y me corrigió con precisión sobre fenomenología. Caí en la cuenta de que el querer adornar con títulos universitarios mi armadura ha sido un sinsentido, pues no he aprendido mucho más desde mi estancia en la primaria de Lety.
¡No me quiero ir nunca de ahí! Me autorepruebo con deleite y regresaré tantas veces me sea posible, para sacarle brillo a la armadura, para compartir y no sentirme sola, para comprender por qué ser una maestra es la gran aventura, para encontrar todos los pretextos posibles para escribir la historia de la niña que me habita y que siempre se sentirá una princesa, aunque un día sea la princesa senil que reina en el palacio de la nostalgia ubicado en la aldea de las memorias inolvidables. O el prehistórico comienzo de una generación de dinosaurios para quienes aprender es sólo un juego.

1 comentario:

Unknown dijo...

Ay! Qué manera de transcribir sensaciones amorosas. Qué manera de dibujar el pasado-presente. Lloro sí, y mi corazón se regocija con tu canto.