viernes, 30 de julio de 2010

Oración a las diosas que me habitan


Deseo fuertemente que:
Artemisa sea el espejo profundo que, como el lago encallado en la montaña, esconde en su profundidad el rostro que se mira, y cada día pueda despojarme con valor de una nueva máscara hasta que logre develar mi verdadero ser.
Perséfone dé sentido a una soledad antigua, en comunión con ella deseo recuperar la pasión que da sentido y dirección para el reencuentro conmigo misma, con la niña que vive en mí, la parte más frágil de mi ser.
Hera me impulse a comprender que mi pareja en la vida, con sus miles de variantes, se acopla día a día y de forma maravillosa a mi destino, juntos somos la unidad indisoluble.
Deméter me preste sus brazos tiernos para proteger al desvalido, que ponga en mi boca la palabra de aliento que, como semilla, germine en bendiciones para mis hijos y les de alas para volar.
Atenea me dé consejo para entender que entre razones y sentimientos no hay guerra, pues el corazón piensa y la razón siente, ambas son el aliento indisoluble de mí ser.
Convoco a:
Hestia para continuar en mi búsqueda del instante eterno que consigue, como lo hacen las estrellas fugaces, iluminar el cielo. Desde el universo de mi hogar arderá el fuego más vivo que ayudará a mí y a los míos, a ser más humildes y más sensatos. Que el silencio sea el remanso que me ayude a recuperarme de este viaje un poco heroico un poco trivial que llevo a cabo cada día.
Afrodita para que me regale amor, siempre compuesto de dolor y de gozo, como la noche que es oscura y en ella brillan las estrellas. Para que maquille mi cara con las alas de la mariposa y perfume mi cuerpo con la brisa y el rocío. Que tiña mi boca con jugo de granada y me regale la brisa de la música temprana.
Creo firmemente que:
Crear y amar son una sola cosa, ambas le dan placer y sentido a mi vida.
Que la vida es la amada inmortal por quien despierto con fe cada mañana.

martes, 27 de julio de 2010

¿John Lennon o Paul McCartney?



http://www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=4280

Carta de Regina Freyman a Arouet sobre los horrores en la web

Respuesta a mi carta: http://www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=4496



¿Por qué el ingenuo público está siempre dispuesto a aceptar acríticamente la autoría de cualquier texto adjudicado a alguien famoso? …opera a favor de ello el íntimo “deseo de autoengaño” de los lectores, a quienes seduce la irresistible posibilidad de que las ideas más elementales que han tenido en su vida coincidan literalmente, no sólo en contenido sino también en expresión, con las de un novelista extraordinario, como lo es García Márquez…
Rafael Olea Franco

Todos tenemos nuestro lado kitsch, admitirlo y reconocerlo provoca alivio espiritual. Por ejemplo a mí, me gustan las princesas de Disney, las canciones de Shakira y los hot dogs de carrito. No por ello confundo a Blanca Nieves con Doña Leticia, ni pienso que “Nunca usé un antifaz voy de prisa por este mundo fugaz” sea la frase que amerite estar en una novela clásica y si mi galán me catafixia unos “jochos” por una cena en el San Angel Inn pues sí me ofendo. No me malentienda señor Arouet, tampoco es cosa de creerse el exquisito, más bien es un asunto que obedece al ánimo y de no dejar que nos vean la “feis”.
Un día se goza a Los Panchos y, otro, La Pastoral de Beethoven y no hay fijón o corto circuito, la bronca está en confundirlos. Les insisto a mis alumnos que leer a Bucay que es un estupendo psiquiatra, o a Coelho está perfecto, leerlos en su dimensión los enriquece a ellos y a nosotros como lectores; confundirlos con Orwell o Cervantes, un desatino.
Hace algunos años tuve un curso sobre Borges con el destacado profesor del epígrafe que apadrina este texto. Mi corazón partiose en mil pedazos y la cara se me puso ardiente cuando el ilustre Dr. Olea nos señaló que el poema “Instantes” era una parodia que llevaba por título “If I had My Life to Live over”, firmado por el caricaturista americano Don Herold, en la revista Reader’s Digest de octubre de 1953. Las versiones fueron cambiando y quedó este texto en español que trascribo para usted, en su versión en español:
Si pudiera vivir nuevamente mi vida.
En la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido, de hecho
tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría
más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería
más helados y menos habas, tendría más problemas
reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente
cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos;
no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin termómetro,
una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas;
Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres
y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante.
Pero ya tengo 85 años y sé que me voy a morir.

¡Y yo que lo había puesto de portada en mi carpeta! Con disimulo lo hice cachitos, asentí al pronunciamiento de mi profesor como quien dice “obvio, pues sí ya lo sabía” y encabecé una cruzada cibernética para desmentir el asunto. Todavía, 5 años después, en una comida una amiga me lo volvió a recitar y, cansada, le dije sí es lindo. Ya no quiero violentar a nadie Sr Arouet, al sacarles del error, amigos y parientes, se ofenden como si de blasfemia se tratara.
El poema de Borges engañó, en su tiempo, incluso a la revista Plural. El texto citado ocupa dos páginas de la revista que lo publicó en las páginas 4 y 5 del número de mayo de 1989. En una nota titulada “Un poema a pocos pasos de la muerte”, Mauricio Ciechanower lo presenta de la siguiente manera: “Concebido poco tiempo antes de su desaparición —la sola mención de sus 85 años de existencia, en el final del poema, así lo acredita — remite a esa fundamentada hipótesis sobre la fecha real de su confección (...) Pieza preñada de un poder de síntesis magistral”.

Y en el libro Todo México de Elena Poniatowska entrevista a Borges y, supuestamente, le pregunta por “Instantes”. Rafael Olea Franco resume este tema:

“..deduzco que cuando Poniatowska volvió a publicar la entrevista, no dudó (no tenía por qué dudar) de la autoría de Borges respecto de “Instantes”, como tampoco lo hicieron otros muchísimos lectores e incluso profesores universitarios; por ello de ningún modo creyó caer en una contradicción irresoluble si “retocaba” el texto añadiéndole dos poemas del escritor que se relacionaban con el fundamental tema de la felicidad personal…”

En el diario El País del 9 de mayo de 1999, Francisco Peregil publica “El poema que Borges nunca escribió”, en el que, María Kodama, esposa del escritor, afirma que no fue escrito por él.
Al poco tiempo de que me dio por ser algo así como un paladín de la verdad desmintiendo mails, me llegó el de García Márques y el Mofles que usted refiere con pertinencia. Entre mi colección apócrifa cuento con otro más que se llama “Los amigos” adjudicado a Borges y uno referente al amor que le imputan a García Márquez y que, a todas luces, no obedecen ni al estilo, ni al tono y mucho menos a la calidad de estas dos plumas.
El lugar común tiene su encanto, negárselo, nos anula en lo colectivo porque si los gustos simples se dan cita en un punto una razón tendrá y no hay elitismo que pueda contrarrestar eso. Sin embargo, habría que admitir que la simpleza que nos convoca no es más que la fascinación que nos emplaza el territorio conocido, aquello que entendemos de cuajo como el cuento que nos leían mil veces cuando niños o la canción reggetonera que de tanto sonar se pega.
¿Por qué debiera preocuparnos esta confusión? Porque somos parte del eslabón que llamamos humanidad, hemos construido una cultura en torno a ciertas reglas de apreciación estética, en este caso, que obedece a aquello que consideramos extraordinario, “clásico” como lo entiende Ítalo Calvinoii y representativo de un sentir humano que lo sabe exponer de manera sobresaliente. Hoy nos preguntamos qué quieren decir los frescos de la cueva de Altamira, por ejemplo, expertos antropólogos los consideran la primer manifestación artística consecuencia del delirio y la imaginación, por mucho tiempo se pensaron sólo expresiones de comunicación. Sería lamentable que “Instantes” o “La marioneta” pasaran a ser, por su difusión, obras representativas de dos grandes escritores, tan grave como que a usted o a mí nos imputaran un hijo idiota (y no me refiero a gente con capacidades especiales, sino pura y llanamente necio) ¿No lo cree?
Referencias:
Olea Franco, Rafael. “Borges: los riesgos de la fama (poética)”. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica. Nueva Época 346 (oct. 1999).
---------------------Conferencia: “Una novela múltiple: Crónica de una muerte anunciada”
El Colegio de México
Ivan Almeida. "Jorge Luis Borges, autor del poema 'Instantes' Borges Studies on Line. On line. J. L. Borges Center for Studies & Documentation. Internet: 17/06/01 (http://www.hum.au.dk/romansk/borges/bsol/iainst.htm)
i Conferencia: “Una novela múltiple: Crónica de una muerte anunciada” Dr. Rafael Olea Franco
El Colegio de México


ii El texto que nos hace descubrir algo de la condición humana y, constituyen una riqueza al “proporcionar modelos de contenido, esquemas de comparación, escalas de valores y paradigmas de belleza”. Un clásico se renueva siempre con una nueva lectura, por ello “nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Ítalo Calvino, “Por qué leer los clásicos”, Por qué leer los clásicos, México: Tusquets.

Lección de horror:Nevermore


Lo malo de las pesadillas es que parecen reales. Un sueño que te atrapa y del cual pareces no poder despertar. Mucho peor es el insomnio, es una congoja interminable en la que cada minuto de consciencia te asfixia y te remueve en un silencio sepulcral, pero sin muerte ¡Me desperté del sueño! me dijiste en tu última carta de amor ¿Amor? Nevermore fue la palabra que usaste como candado para cerrar nuestra relación. Nevermore es una lápida, el cuervo negro del desvelo que me pica las costillas cada que mis ojos pugnan por dormir.
Cuando niña, pasaba largas tardes de sábado con mi abuelo el gordo. Mis papás se casaron jóvenes y una chiquilla no era comparsa de fiesta, así que me dejaban con mis abuelos a dormir hasta el día siguiente. La casa de mis abuelos me gustaba de día, de noche, de noche me daba miedo.
A mi abuela le gustaba jugar al póker y no era una abuela tradicional, eso de los cuentos y los arrumacos con los nietos nada más no. Lo suyo era juguetear con nosotros como el gato con el ratón: ¡pedorrritas! nos gritaba, y mi hermana y yo llorábamos desconsoladas ya abue ya... Se moría de risa y nos daba una tortilla con sal.
La hermana de mi abuela era una solterona encantadora que se hacía cargo de nosotros, nos contaba los cuentos de Wilde; su triste historia con el cubano que la plantó en el altar, le robó su herencia y su virginidad. Nos contaba también la forma en que ella y sus hermanos sobrevivieron la locura de su padre y por último la orfandad. Nos llevaba al panteón a ver las tumbas de hombres y mujeres célebres mientras nos contaba relatos de ahogados, lloronas o fantasmas. Era nuestro paseo favorito.
Pero la tía pedía paz como a las siete y se encerraba a ver su telenovela mientras mi abuelo se hacía cargo. Bueno, mientras deambulábamos en torno a este gran Buda sentado al centro de la sala con un güisqui en la mano. Su quietud era la de la esfinge, a penas parpadeaba. Cuentan que más de alguno vio que un ratón se subía por su regazo como si fuera un mueble ¡Qué suerte que no fui yo! Encerrado en su mutismo el abuelo insinuaba una sonrisa mientras destrozábamos la casa. Cuando el nivel etílico subía, de la profundidad de su abdomen salía el poema de “El cuervo” de Poe. Lo recitaba en inglés y con una melancolía absoluta y grave que lograba detener cualquiera de nuestros juegos. Su voz cavernosa salía grave como el hechizo de las hadas de La bella durmiente; ese que congeló el tiempo por cien años. Así, nos quedábamos petrificadas sin entender el significado de ese funesto poema pero la voz y tonos de mi abuelo nos instaban a subir corriendo a dormir.
A esas horas la casa de los abuelos era un casco negro con grandes ventanales que agrandaban las sombras. Venían a nuestra mente los imaginarios huesos de los habitantes del panteón. Al subir por la escalera de caracol cercada entre muros que nos ahogaban, el latir de mi corazón me daba miedo y sentía que miles de ratones subían por mi pijama. NEVERMORE gritaba mi abuelo con el timbre de quien teme y añora. Temblando bajo las cobijas mi hermana y yo trenzábamos las piernas con fuerza para ser una sola y ahuyentar al miedo.
Pensaba entonces, que esa maldita palabra que remataba el silencio de mi abuelo era como bocaza de lobo que se lo tragaría todo. No lloraba, no. Eso asustaría a mi hermana, además yo era y soy la hermana fuerte, la que no se permite llorar espantada, conmovida sí, pero ¿por miedo?
La casa de mis abuelos se volvía fría y merodeaba el eco. A esas horas odiaba más a mis papás por dejarnos, porque las sábanas olían raro y eran como cartón; no tenía mis juguetes, ni mis cuentos; en cambio estaban todas esas sombras que querían borrarnos y los miles de ratones que creía acechando, esperando la oportunidad de que fuera al baño. Y no iba. Me hacía en la cama y las sábanas olían peor y el frío era insoportable, mi hermana lloraba y yo quería entonces que esa maldita palabra nos tragara de una vez. Era una invocación patética que suscitaba sombras, ratones y al cuervo del insomnio que cantaba cada segundo su tic tac. La muerte cobraba vida entre las cortinas, en el cosquilleo de mis pies o en la humedad acida de mis piernas. No podía llorar, ni gritar, Sólo tiritaba. Mi hermana sollozaba un poco, fingía dormir o dormía de veras.
Al día siguiente la casa se llenaba de sol, mi abuelo volvía a ser un gordito encantador parecido a Santa Claus, mi abuela con sus tubos en el pelo guisaba la comida de domingo y la tía con las perras esperaba en la puerta para correr todas juntas por el panteón.
El tiempo ha pasado y todo aquello se volvió idílico, incluso los terrores nocturnos que me conciliaron con Poe. Leí muchos de sus cuentos o casi todos y le di el rostro inexacto de Vincent Price por culpa del cine. Nunca memoricé el poema aunque siempre tuve ganas, más por el sabor de las palabras en mi boca que por su significado, más por saber que era yo la que tenía ese Nevermore entre los labios y no él a mí.
Logré dominar muchos miedos, el último, a las ratas y ratones. Antes no podía ni ver un conejo sin sentirme desolada. Siempre me gustaron los cuentos de horror, pero de ese miedo acechante y sin forma, no el monstruo grotesco ni la sangre a borbotones, no. El miedo latente de lo desconocido, una fuerza negra que lo anula todo y que parece esconderse bajo la cama o tras la puerta. Esa que parece seguirnos de cerquita con la destreza de no mostrar el rostro pero dejarse sentir pesada y silente, omnipotente.
Quiero pensar que hoy que te he confesado que te quiero, que por un instante tú correspondiste y con ello todas las sombras se pusieron a bailar, no fue un espejismo. Que la frase aquella “Desperté del sueño” no fue un preludio de adiós, sólo la frase que hizo que mi corazón subiera a mil por hora la escalera de la casa oscura que ya me sé; que el desafortunado NEVERMORE que acompaña la negativa a hacerme tu amante no me devorará, porque hoy se que no jugamos el póker de la abuela y un “TE AMO” no se mata con un “Nevermore” . Que el güisqui que me bebo mientras leo a Poe busca reordenar palabras para invocar de nuevo, porque ya no temo a las sombras y si algo siento son mariposas por todos lados y no murciélagos o ratones, porque te extraño y no hay nada que haga que las sombras paren de bailar.

jueves, 8 de julio de 2010

Te sigo


Te sigo
Te sigo como las palabras siguen a la vida
Que proyectan en lo blaco su errante sombra
La vida fluye y se despide a diario
Las letras quedan y amonedan el instante
Todo parece vida, sombra y letra
Solo las estrellas escriben en el espacio negro de lo etrno
Yo, te sigo
El tiempo, escribe
El cielo cambia
Y las estrellas son las únicas parteras
Te sigo…

Lección literaria


«De todas las palabras que la pluma o la lengua pueden decir, las más tristes son: habría podido ser...»
John Greenleaf Whittier


¡Es un cuento, no llores! Me dijo mi madre mientras nos leía a mi hermana y a mí. El cuento era el de la chica que vive bajo el mar, la sirena que quiso cambiar su mundo submarino por vivir en la superficie. Se enamoró de un hombre de tierra. Pensar en ese mundo bajo el agua, a mi hermana y a mí, nos resultaba fascinante, ambas gustábamos de cubrir con un gran tul azul nuestra cama para simular el mar. Éramos sirenas que no sabían cantar, bueno sí sabíamos, pero no nos gustaba ser aquellas arpías que embaucaban marineros. Era más lindo ser sirenas de buen corazón.
A mi madre siempre le gustaron los libros, nos leía con regocijo, nos contaba cuentos sentadas ante la chimenea. Lo mismo era Ulises que Blanca Nieves, el noviazgo de la tía Martha o sus propias travesuras de infancia.
Hija ¿Por qué me pides que te cuente el mismo cuento tantas veces si siempre te hace llorar?
Hasta la fecha desconozco la respuesta, quizás sea porque pienso que el triste final un día será compasivo, las palabras se desgastarán conmovidas por la tristeza de la sirena convertida en espuma de mar. O tal vez los dioses se apiaden y entre las olas aparezca Ariel transmutada en Afrodita. Esta diosa del amor fuerte y vigorosa dispuesta a dar un final feliz. Nunca pierdo la fe.
Ya mayor, he trastocado el final yo misma y de mil formas. Tal vez, castigada por eso, estoy presa de una novela que en un principio fue mi aliada. La trama habla, también, de una historia de amor, los protagonistas se buscan, se encuentran y se revisten de máscara para no ser humanos, para ser arquetipos idílicos e inmutables.
“Action is Character” dijo alguna vez Scott Fitzgerald. Obedeciendo a dicha sentencia, me molesta que los personajes, en el clímax de su historia, eludan la decisión que los condene o los redima; es el caso de la Sirena que cumple una maldición tan sólo por salirse de los márgenes de la playa. La novela que me atrapa es diferente, los personajes eligieron, ella la venganza, él, el sacrificio. Comprendo al autor, ha dado el final perfecto, pero yo no he cometido delito alguno para ser rehén de esta trama que busca condenarme a un desenlace que no obedece a los indicios de la historia que yo protagonizo.
Me explico, todo comenzó de este modo: el hombre al que amo y yo, contuvimos un afecto que ahora señalo sin tapujos, lo hicimos por una y mil razones que no explicaré porque me rehúso a convertir en historia de amor el argumento que me condena sin merecerlo.
Los roles estaban dados, ambos éramos los personajes principales a nuestro modo, unas veces fungiendo de actantes y otras de adyuvantes, otras de objeto y otras de sujeto. Todo marchaba en orden más tuvimos que alejarnos del escenario habitual, cada uno a un escenario distinto.
Supongo que la ansiedad de estar separados orilló a mi compañero a lanzarme como anzuelo citas textuales de forma irresponsable y lo digo así porque él conocía mi naturaleza que tiende a detonar la acción, lo tengo en el código genético. Las citas de la novela y los personajes originales comenzaron a quedarnos como traje a la medida y ahh, se volvió un juego encantador que sacó la pasión contenida a la superficie. Fascinados, portamos máscaras venecianas, disfraces y hasta nos dimos el lujo de cambiar de género, él se vistió de mujer y yo de hombre. Nos atrevimos a cambiar incluso el género literario. Con destreza pasamos del teatro a la lírica, seguimos el sendero del cuento, el retrato de costumbres y la alabanza pastoril. Fuimos todo un carnaval. Le confesé mi amor y lo invite a construír, sino un final feliz, al menos un presente esperanzado.
Mi amado antagonista arrebató de súbito la pluma al novelista y, como puñal, extirpó la piel a esa novela y quiso que fuera nuestra capa, intentó condenarnos a repetir el mismo desenlace.
Rebelde como soy me niego, trato de encontrar ante este caos una alternativa y no el destino que me supone una tal Francesca que, a su vez, es giño de otra que gravita en el Infierno. Intenté responder con un florete veneciano que evoca frases populares, estrofas de canción felices pero él no lo permite, su pasión por el hilo narrativo que lo ha cautivado es más grande que lo que siente por mí y su puñal cala más hondo que mi florete.
¿Sirena o Afrodita? Me diluyo en espuma de mar, pero antes de hacerlo decidí escribir esta historia en la arena para convocarlo a escribir conmigo un final incierto pero inédito y nuestro. Riesgoso pero libre de diálogos ajenos, notas a pie de página o acotaciones forzadas.

Lección de historia



¡Cada quien tiene su Waterloo! Dijo mi padre aquella mañana de domingo mientras conversaba con mi abuelo en su estudio. Los únicos convocados éramos, mi padre, mi abuelo y yo, entonces una niña de ocho años.

Por primera vez me sentí miembro de un club exclusivo, los dos hombres que más admiraba me hacían partícipe de sus charlas importantes. Aquella frase con la que abro el relato, sentí en ese momento, era la entrada perfecta para hacer una pregunta. Acometía sin saberlo mi primer acto de seducción.

¿Qué es Waterloo? Increpé con avidez y ojos desbordados a mis dos hombres. En seguida comenzó una amistosa batalla de sapiencia y de palabras que me posicionó en el centro pero, que poco a poco, me hizo desvanecer de nuevo. No sin provecho, debo decir.
Pronunciaban palabras como niños que degluten dulces y se embarran la ropa con gozo: Bonaparte, tropas británicas, Wellington, son palabras que iban y venían con énfasis particular. Mi abuelo pronunció con deleite y en su buen alemán Leberecht von Blücher, y mi padre aludió a Bélgica, ambos coincidieron en un año 1815.

Luego apareció la isla de Elba y quise materializarme de nuevo así que volví a preguntar ¿Y qué pasó después de Elba? En ese momento mi padre me dio mi primer curso sobre medios de comunicación. Quién me iba a decir que la historia de ese minúsculo gran general condicionaría mi pasión por los medios y, me aportaría, una valiosa lección de amor.

La historia que mi padre contó a continuación y un romance personal guardan una relación tal que, han quedado en mi memoria entretejidas como si fueran dos hilos que dibujan una trama, por ello las compartiré así contigo, a ambas les corresponde un titular célebre y una frase de amor que paulatinamente se enfrían:

EL MONSTRUO escapó de su lugar de destierro.
Mi padre contó que tras el destierro y pausado regreso de Napoleón a París, los titulares del periódico francés Le Moniteur dejaron ver que el coraje o valor, depende de la distancia. Así, el titular que asiento como primero, obedece al primer encabezado de dicho diario cundo Napoleón zarpaba de vuelta a casa.

Abel era mi compañero en la universidad, tres o cuatro cursos arriba, lo que lo supone algunos años mayor. Una mañana melancólica lo vi sentado en la biblioteca y, sin saber por qué, me senté a su lado y le propuse que fuera mi amigo. Ese fue el inicio de una relación profunda. Se volvió mi confesor en amores, proyectos, en fin, el gran amigo. Sentí siempre que una gran atracción estaba presente a pesar nuestro y , que en lugar de enturbiar la relación, la hacía más entrañable. Abel se graduó y se fue a hacer un postgrado fuera del país. A partir de entonces nuestra relación se hizo más intensa, no sé, habrá que culpar a la nostalgia pero también a la distancia.

La emoción se apoderaba de mí cada mañana al buscar en mi correo su comunicado del día, sus opiniones sobre la novela en turno, la descripción del paisaje y hasta su repudio por la humanidad. Escondidas entre citas textuales se orquestaban también una declaración de amor con dos remitentes, no sé quién comenzó, ni sé quién se aprovechó más de la ambigüedad de las palabras pero lo cierto es que El MONSTRUO, esa pasión contenida que vivía en destierro, se había escapado.

EL OGRO CORZO ha desembarcado en Cabo Juan.
Cierto es que no hubo un te quiero descarado o un impúdico te deseo, nuestras mañanas o noches epistolares se dedicaban a desnudar un paisaje, a declarar la importancia que cada uno y desde nuestra frontera, significábamos para el otro.

El único pacto que existía entre nosotros lo estableció Abel el día mismo en que nos conocimos, no sé si fue premeditado, un ardid o un error táctico, dijo:

--Hacer el amor cambia las relaciones y enturbia la amistad. Tomé aquello como una petición de principio y la asumí obediente. Creo que no siempre estuve de acuerdo pero entre mayor era mi cariño, también lo era el miedo a perder al amigo con el que mejor me entiendo.

EL TIGRE se ha mostrado en Gap. Tropas avanzan para detener su marcha ¡Concluirá su miserable aventura como un delincuente en las montañas!

Diez fuero los días clave. Como diez los titulares que acusan el miedo o respeto de la población francesa a medida que Napoleón muta de monstruo a emperador.

Fueron diez los días previos al regreso de Abel a México, diez, los que dieron vida a estas letras. A mi corazón le era cada día más difícil disimular y el idiota me despertaba por las madrugadas batiendo en sonata taquicardia o me delataba con la familia que se molestaba con mi obsesión de ir a checar mi correo incluso en medio de la comida de domingo.

EL MONSTRUO ha avanzado hasta Grenoble

No compartiré aquí nuestras frases amorosas, esas son nuestras y de nadie más, requieren para ser leídas con pericia, un contexto, un sentimiento y la complicidad de la distancia, pero sobretodo, de una novela en particular. Lo que sí puedo decir al respecto es que, a partir del octavo día previo a su regreso, los mensajes comenzaron a tomar distancia de los temas amorosos. Terminamos la novela y su comentario, la ambigüedad se fue disipando y mi mente triste no pudo, ni a palos, cifrar besos ocultos.

EL TIRANO está ahora en Lyon. Todos están aterrorizados por su aparición.

Sé que no puedo culpar a nadie y que, quizás, el gran amor se esconde en una mejor amistad, en preservar lo que nos une sin atentar con una pasión arrebatada. Conservar el diálogo perfecto que nos acompaña desde hace tiempo y que se presenta como la guarida perfecta a relaciones insatisfactorias, a un país que desanima, a un pasado irreparable y a un futuro sobre el que escribimos, pero sobretodo, a un presente perfecto que parimos juntos cuando nos miramos a los ojos.

EL USURPADOR ha osado aproximarse hasta 60 horas de marcha de la capital.
El problema es, quizás, el sinsabor de pensar que se ha interpretado de más o que se ha presionado a lo indebido. Uno puede vivir con el ridículo, el amor lo es de por sí, eso lo reviste sublime. Pero atentar contra la amistad, ese debe ser el peor de los pecados.

BONAPARTE avanza a marchas forzadas, pero es imposible que llegue a París.
Este cuento se fue cocinando entre desvelos. Para mí todo acto de amor es un acto creativo, bueno o malo, eso no lo sé pero siempre es un consuelo.

NAPOLEON llegará mañana a las murallas de París.

Me apadrinaron dos hombres: mi abuelo y mi padre, desde entonces amo la historia, las historias.

Los medios de comunicación vinieron después. Me interesó la publicidad ¡Esa seductora! Desde niña cantaba de memoria cientos de gingles y coleccionaba anuncios de revista para tapizar mi cuarto. Eran micro historias de seducción. Me entré luego, cundo estudié literatura que las palabras seducción y destrucción, comparten en griego un solo vocablo. Difícil negra el encanto y repudio que hoy me causan los anuncios comerciales.

EL EMPERADOR NAPOLEON se halla en Fontainebleau.
¿Seducción o destrucción? Slogan que propongo a cambio de la gastada sentencia Shakespeareana.

Abel escribió hoy. Su misiva se centra en el repudio a México, este país nuestro que se inunda en trámites, corruptelas y sangre. Lo sé y me duele, por eso dejé de escribir sobre Él, sobre mi país.

Supongo que Abel viajará a México, subirá al avión y comenzará su choque con el rostro mexicano. Paisanos escandalosos con más equipaje del permitido, con menos dinero del que llevaron; autoridades abusivas; trámites desmedidos y esperas agónicas. Se sentirá avergonzado, dolido y sin esperanza

Ayer en la tarde SU MAJESTAD EL EMPERADOR DE FRANCIA hizo pública su entrada a las Tullerías. ¡NADA puede exceder el regocijo universal!

Este cuento es, quizás, mi última pregunta.
Abel es mi amigo, quiero a Abel, mañana regresa…