viernes, 30 de abril de 2010

Los símbolos que sobrevivirán


Desde dónde definir un símbolo? Me alineo con Ricoeur y con Kant. Con éste, ante la posibilidad del símbolo de operar como llave maestra que trama el traslado entre el mundo estético y el moral. Con Ricoeur, con los atributos de lo polisémico. El símbolo como posibilidad inagotable que tiende un camino, un contrato abierto, una invitación, un acertijo que, para ser plenamente, reclama la participación de otro para completarlo. Humilde e incompleto como el hombre mismo.
Me parece aburrido hablar de la hoz y del martillo, las nuevas generaciones no lo entienden ni les importa; de la imagen del Che como logo de playera; de la Monroe e incluso de la pastilla anticonceptiva que, para las niñas de hoy, es un parche que se olvida. Me concentro, desde mi limitada óptica, en posibilidades futuras, en los indicios del pasado que se proyectan hacia el futuro.
Aquellos que me tatuaría en la piel como advertencia:
1. Los muros y fronteras que, aunque se derrumben, siempre amenazan con volver.
2. Los Beatles, por supuesto.
3. La pipa de Magritte, que nos recuerda la humildad insignificante de las representaciones.
4. La pantalla (cine, la mamá de todas, TV, celular Ipod… you name it) y la ventana como posibilidades del conocimiento vicario.
5. El dólar y su omnipotente poder que, aun cuando pierde, gana.
6. Las Vegas como capital del sin lugar, de la soledad absoluta, de los paraísos artificiales y de la modernidad. El lugar más triste de todos.
7. El vampiro como arquetipo aspiracional (símbolo de la contradicción de estar vivo y muerto a la vez, el deseo de vida eterna, del erotismo bisexual, de la maldad y bondad que nos habita, de la juventud perenne). Ya muy cansado, por cierto, y sus últimos engendros anuncian su agotamiento.
8. El papel y el libro que se volverán objeto de culto, último recinto material de la palabra hecha de tinta.
9. La arroba por tolerante, por ser como flecha ultrasónica que no conoce distancias.
10. La espiral ADN, nuevo texto descifrable.
11. El mortífero hongo nuclear, recordatorio permanente del siglo más cruento de todos.
12. El rizoma, aspiración de un nuevo orden sin orden.
13. La luna porque, aunque llegamos, aún es misteriosa, porque creímos conquistarla y ni siquiera todos los versos juntos de todos los poetas en todas las lenguas pueden descifrarla.
Y me quedo en 13 por todo lo que el número representa (ah y no es albur).

Pornografía, erotismo y literatura




En un esfuerzo por ligar literatura, erotismo y pornografía me surge una metáfora de Octavio Paz, una diosa fundamental y un relato largo que de forma fálica (lineal como se encadena el discurso) atraviesa estos conceptos.

Sirva la metáfora a modo de mapa. Paz nos dice que sexo, erotismo y amor, son tres nociones complementarias que dan como resultado el verdadero amor[i]: éste que implica al cuerpo, a la imaginación y al deseo de posesión de un ser por completo. ¿Pero cómo emprendemos la ruta por este florido mapa? Comencemos por las raíces que para Paz representan el sexo.

El poeta distingue entre la sexualidad animal y la humana, esta última no se fundamenta, solamente, en la reproducción sino que se alimenta del erotismo que desvía el impulso reproductor para transformarlo en una representación. De antemano aceptemos que, la sexualidad, más allá de cualquier inclinación ideológica es, indiscutiblemente, centro de la experiencia humana desde la fisiología hasta la mística.

Pensar en la distinción semántica entre erotismo y pornografía me parece oscuro, el diccionario trata a estos términos como si fueran dos hermanas, a una la marca con la humillante letra escarlata de obscena y al erotismo lo salva su condición artística, es decir la piruja y la santa[ii]. Me amparo al dicho de Umberto Eco "No soy de los que consideran que el valor artístico lo absuelva todo” [iii].

La sublimación del lenguaje como posibilidad erótica, al igual que la teatralidad que requiere el espectáculo pornográfico, invitan a una percepción narrativa que, por un momento, suspende su quehacer cotidiano para internarse en un mundo alterno. Uno, hecho de palabras, el otro de imágenes que privilegian e imponen la mirada. Dos ámbitos que persiguen el éxtasis, vivencia intensa que pretende invocar la tangibilidad de una “realidad fantásmica”[iv].

Son terrenos de la pornografía los espacios lúdicos de la representación del coito, relatos de relaciones sexuales, una invitación a la mirada de un tercero que participará como testigo con la consigan o el deseo de ser excitado por dicho relato.

No me ocupa ni me interesa la delimitación moral entre erotismo y pornografía mucho menos entre arte y consumo, diré solamente que la tenue división entre estos dos esfuerzos de la imaginación se dirime en su propósito: “Son obras pornográficas aquellas que se hacen, se comercializan y se consumen como excitantes sexuales, encarnando las fantasías sexuales de la audiencia” [v]Y la pregunta obligada será ¿Y el propósito del erotismo? También persigue la excitación pero, quiero pensar, no solamente sexual, sino de la imaginación a la que se invita a participar para llenar aquello que se insinúa y no se muestra plenamente como en la pornografía. ¿Mostrar o sugerir? that is the question.

Picasso por ejemplo no encontraba diferencia alguna. Creo que el arte echará mano de todo cuanto sirva a su propósito y si no, preguntémosle a Henrry Miller y al propio Paz cuyos capítulos de la Llama doble encendieron algo más que mis mejillas.

En mi recorrido por esta flor inmensa me centro pues en el erotismo por el cual reconozco especial devoción. Es el tallo de nuestra flor, nos dice Paz, es la capacidad de desear a la distancia, no se constriñe a un escenario como en el caso de la pornografía, ni se limita a la vista. El erotismo es el espacio flotante de la ensoñación donde el deseante reconstruye recuerdos y organiza fantasías. “El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora” (Paz: 10) Es algo más allá de la realidad que la origina.

El erotismo es la metáfora de la sexualidad y la poesía es la erotización del lenguaje. Así, pensemos en Eros como un daimon o realidad intermedia que conecta el mundo sensible con el mundo inteligible por medio de las ideas.

George Bataille divide el erotismo en tres modalidades: el erotismo de los cuerpos que se remite al deseo carnal y se orienta hacia el acto violento de la posesión; alcanzar al ser en lo más íntimo hasta llegar al desfallecimiento. El erotismo de los corazones es una pasión que se paga, o al menos pretende la reciprocidad y puede surgir del erotismo de los cuerpos, pero persigue la felicidad en una identificación moral profunda; se trata de un sentimiento más violento que la pura pasión física, pues engendra un desorden tan grande que se resuelve en una felicidad dual compuesta de gozo y sufrimiento. El erotismo sagrado toma al cuerpo y al placer como expresiones divinas, como vías de comunicación hacia la nada, el todo, Dios o el universo.

En términos generales, el erotismo es para Bataille una sensación de deseo y vértigo, un estado alterado de los ánimos que busca en el amado un refugio ante la muerte. Es la compenetración con el otro, que nos hace inmune, aunque sea por un momento, al trágico destino de discontinuidad del ser. La muerte por tanto no puede separarse del sentimiento erótico que, inconscientemente, se vincula con el acto sexual.

Bataille equipara el acto sexual con un acto de sacrificio, donde una parte activa (masculina) o sacrificador y una pasiva (femenina) o víctima, liberan sus instintos hasta que logran una fusión que alcanza, por un instante, disolver las barreras individuales del abismo que nos separa “Ese abismo es, en cierto sentido, la muerte” (Bataille: 17). Para este autor la experiencia erótica tiene una dimensión de experiencia religiosa en cuanto encuentro, comunicación, ascenso y liberación, en suma, un contacto con lo sagrado que se opone a la continuidad y repetición de la experiencia cotidiana.

De estos dos componentes: flor y tallo, surge para Paz, el amor, tema que quedará pendiente porque escapa a la reflexión que nos ocupa. Pasemos entonces a una diosa primordial: Afrodita.

Podemos imaginarla surgiendo adulta de entre la espuma del mar, no es hermana de nadie, es efluvio que emana de la castración del cielo (Urano) por su hijo el tiempo (Cronos). Su mito nos cuenta que fue transportada por las horas, acompañada del amor (Eros) y el deseo (Himeros). Imagino que es por ello, la única, capaz de suspender el tiempo.

Cuentan que en el Olimpo no existían las sombras hasta que su presencia comenzó a eclipsar a las otras diosas. “…simboliza las fuerzas irreprimibles de la fecundidad, no en sus frutos sino en el deseo apasionado que enciende entre los vivos” (Chevaliere: 52) Es la diosa del amor en su forma meramente física, el deseo y placer unánime de los sentidos. De sus diferentes nombres se derivan distintas atribuciones: Urania: amor ideal; Genetrix: favorecedora de la procreación; Pandemos: amor profano; Porné: protectora de las cortesanas ¿Podría ser también de la pornografía apelando a la semejanza etimológica? Epitumbia: la de las tumbas. Si algo podemos concluir es que en toda su belleza Afrodita representa vitalidad, gozo sensual que en otros tiempos se consideró una perversión y hoy puede ser la diosa que sublima el amor salvaje integrándolo a una vida verdaderamente humana.

Afrodita es la vida misma, esa que nos es inaccesible, esa que se nos escapa. Aferrados a ella como Pigmalión a su encarnación Galatea, la poseemos a ratos en el cuerpo de un amante para vislumbrar el vértigo eterno que encarna su presencia. Diosa inalcanzable que promete el paraíso y cuya negativa implica la muerte.

Por último, hablemos del lenguaje. Su disposición lineal construye el discurso que pretende penetrar la mente de quien lo recibe con el objetivo natural de comunicarse, éste se desvía cuando se pretende literatura. Es en la literatura donde el lenguaje corrompe su cauce comunicativo de igual manera que el erotismo se aleja del fin de procrear. Ambos trascienden su objeto para crear imágenes, para escapar al tiempo por vías de la sublimación. Ambos proyectan un mundo que se escapa al cotidiano. Implican el exilio entre dos: el amante y la amada, el autor y su lector.

El erotismo y la literatura comparten el mágico territorio de lo imaginado, en él el consciente y el inconsciente proyectan juntos los fantasmas de nuestras fantasías y ponen ante la consciencia del hombre la cuestión del ser.

Así pues, son la literatura y sus mundos los que dispuestos linealmente encarnan un falo que atraviesa nuestras quimeras. De ese modo espero haber penetrado tu pensamiento querido lector, con la ilusión de que mis palabras, si no fueron provechosas, al menos despierten placenteramente tu deseo y curiosidad.

Referencias y consulta:

Abagnano, Nicola. Diccionario filosófico. Fondo de Cultura Económica: México, 1998.

Paz, Octavio. La llama doble: de amor y erotismo. México: Seix Barral, 1994.

Chevalliere, Jean . Diccionario de símbolos. Barcelona: Herder, 1986.

Rougemont, Denisse. Amor y occidente. Barcelona: Kairos, 1979.

Bataille, George. Erotismo. , Taurus: Madrid, 1971.

Ledesma, Manuela. “Consideraciones sobre la presencia del erotismo en la literatura en Erotismo y literatura (Seminario 98/99) Universidad de Jaén.

El presente texto es parte del proyecto “El otro calentamiento global” que dirige el Dr. Héctor Sánchez-Benítez que se lleva a cabo con estudiantes de la carrera de Comunicación del ITESM Campus Toluca. Su objetivo es conocer la forma (abierta, expuesta) de presentación del discurso de forma y de fondo sobre temas sexuales en los medios de comunicación (impresos y audiovisuales) que trata de dar respuesta a la cuestion de si la apertura sexual generalizada en los medios de comunicación favorece las prácticas sexuales de la sociedad o provoca desviaciones.

En lo personal, me interesa la filiación entre pornografía, erotismo y literatura, poniendo especial énfasisen estos dos últimos temas. La participación de los alumnos desde la materia que yo imparto (Literatura mundial contemporánea, para la misma institución) tendrá como objetivo observar si la apertura sexual generalizada en los medios de comunicación favorece esfuerzos o consumos estéticos y verificar el consumo y popularidad de la literatura codificada como erótica. Finalmente deseo que lleguemos a la reflexión sobre si es o no el erotismo una alternativa capaz de aportar actualmente una vía de conocimiento del uno mismo alejada de la pantalla ilusoria de esta sociedad de consumo.





[i]Apegado a la tradición filosófica Paz insiste en la idea de amor de pareja como la que representa la totalidad de dicho concepto, en este sentido me atrevo a corroborar con el diccionario filosófico de Nicola Abbagnano en donde el autor nos dice que cualquier otra inclinación del espíritu puede encontrar otro término semántico que sustituya el de amor. Es sólo la relación de pareja la que no encuentra hogar en otro término afín.

[ii]RAE: Pornografía. Carácter obsceno de obras literarias o artísticas. 2. Obra literaria o artística de este carácter. 3. Tratado acerca de la prostitución.

Erotismo. Amor sensual. 2. Carácter de lo que excita el amor sensual. 3. Exaltación del amor físico en el arte.

[iii] U. Eco, "Como reconocer una película porno", Segundo diario mínimo, Lumen, Barcelona, 1994, 196.

[iv]La expresión la tomo de la Introducción de Max Gubern a su libro La imagen pornográfica.



[v] D. Jones (ed.), Censorship. A World Encyclopedia, Fitzroy Dearborn, London, 2001, vol. 3, 1907: "Pornography is the depiction of sexual behaviour in the arts and media that is intended to cause or does cause sexual arousal".

Sin control natal


Cuando me embaracé a destiempo mi madre me gritó:
¡Pareces como las indias! ¡No se puede ir por la vida echando hijos sin saber su futuro! Pero se me hizo afición y voy por ahí, sin respeto alguno, pariendo palabras como mujer humilde pero alegre. Las escupo a la vida con placer y con los pocos cuidados que me permite mi pobre sintaxis y mi mala ortografía, no lo sé y no pierdo el tiempo pensando en eso. Me instalo en el regocijo de sentirlas a sabiendas de que no les puedo proveer un buen futuro.
Como no soy de estrategias complejas ni de grandes recursos, las forjo así por las banquetas o se me escurren por las esquinas como a esas gatas promiscuas que abandonan a sus críos para parrandear de nuevo saltando de techo en techo.
Lo cierto es que cuando las tengo en los brazos por vez primera las estrujo con alegría y omnipotencia, como la chica cándida que descubre a su vástago aferrado al pezón bebiendo con avidez. Cuando creo que están listas (aunque siempre me quedo con la zozobra de pensar que nunca lo estarán del todo) las dejo libres para que corran por las calles como mocosos sin rumbo.
Ellas sabrán perdonar la inconsciencia y egoísmo de su madre, ese hedonismo vano que me hace engendrarlas para mi regocijo y a pesar de lo incierto de su porvenir.
No creo en el control natal. Pensarlas es ya un orgasmo, parirlas un éxtasis profundo.
Luego, claro, viene la depresión post parto y miro a mis palabras escuálidas pero prometo que las querré de todos modos. A veces, debo confesar avergonzada, las refundo en un cajón para no verlas y lloro a escondidas porque no supe criarlas mejor.
Sueño, a pesar de todo, que unas romperán malos presagios y crecerán sanas. Seguro me olvidarán, tendrán larga vida y no reconocerán más padres que los labios húmedos que las pronuncien.