miércoles, 10 de diciembre de 2008

Ni crédulos ni descreídos (Congreso Innovación educativa día 2)


El teórico italiano Sartori afirmó que nos hemos transformado de homo sapiens en homo videns y el español Max Gubern nos sitúa en la Iconósfera o sociedad de las cuatro pantallas: TV, computadora, celular, cine; además, el filósofo Maurizio Ferraris llama a nuestro tiempo la Era sin papel por el cambio de soporte y por la fusión entre imagen y escritura. En este escenario a los docentes navegamos en aguas desconocidas, nos hacemos miles de preguntas y en esa búsqueda nos sentimos conquistadores de nuevas tierras. Al menos ese fue el entusiasmo que percibí a la distancia desde lejanos puertos a través de la pantalla. Maestros de diferentes estados de la república, colonos de distintas disciplinas compartieron sus experiencias, en cifras con palabras, en imágenes.
Fue recurrente, sin embargo, la queja por la apatía de los estudiantes, el miedo sobre la falta de profundización sobre conceptos, la invitación recurrente a fomentar la reflexión y la discusión inteligente. A los que nos ocupamos de la literatura y el lenguaje nos preocupa que las nuevas tecnologías crezcan en imágenes y sonido y vayan, paulatinamente borrando las palabras escritas y es que nuestro cerebro no está diseñado biológicamente para leer, la lectura y escritura son un cambio tecnológico que cambió la estructura del cerebro al desarrollar conexiones y aprovechar aquellas capacidades que antes ayudaban al hombre para reconocer estructuras simples como el reconocimiento de una senda en el bosque o una huella amenazante. No existen genes ni estructuras biológicas de la lectura. Cada cerebro debe aprender a establecer nuevos circuitos mediante la conexión de las regiones más antiguas, programadas genéticamente para el reconocimiento de objetos y la recuperación de sus nombres.
El pensamiento se volvió más abstracto. ¿Cómo podría cambiar el cerebro si los procesos de lectoescritura cambian? Es algo que todavía no se sabe a ciencia cierta. Como dije antes el estar en un momento de inflexión, me hace reflexionar sobre la importante labor que tenemos los maestros al utilizar las herramientas tecnológicas, cambiando una insulsa clase en un espacio de interacción que, a veces, puede ser tan lleno de estímulos que puede confundirse con un espectáculo ¿Y es que acaso el proceso de aprendizaje no es un gran espectáculo? La respuesta es que, al menos yo así lo creo, que sí. Sin embargo, nos enfrentamos a una tradición que piensa que un curso académico debe ser solemne y con ello pareciera que solemnidad y aburrimiento son lo mismo, y nos enfrentamos a un sinfín de recursos y a una generación altamente estimulada que demanda “más y más rápido”. Ante ello creo importante que los maestros funjamos como el compás que recuerde que deben existir momentos de silencio, de reflexión y de calma. Pugnar por la creatividad y la incorporación de las herramientas de comunicación sin dejar de lado que para asimilar todo lo aprendido se requiere de un tiempo de análisis, de recapitulación.
Resulta curioso saber que muchos de los temores que expresamos respecto de la nueva generación digital son similares a las reticencias que Sócrates mostraba ante la cultura letrada, y es que cabe recordar que va en contra de su método que consiste en poner en duda mediante la discusión. Y es que a Sócrates le preocupaba que la rigidez de la lengua escrita no permitiera que los jóvenes reflexionaran sobre lo que leían, al no haber interactividad, ¿quién les orientaría sobre el conocimiento? Otra de sus objeciones era la destrucción de la memoria, y sí, por más que hurgo en mi memoria algún poema, no paso de tres mientras el buen Homero recitaba por días la Odisea. De esta manera y según él, se perdía el control sobre el lenguaje que no era respaldado por un hablante que hiciera valer su dicho. Pero Sócrates nunca escribió sus razones contra la escritura y si hoy podemos hablar de ellas es gracias a Platón. La triada de sabios de la antigüedad compuesta por Sócrates, Platón y Aristóteles ejemplifica perfectamente los cambios que se orquestan en la transición del conocimiento de una generación a otra, cada uno maestro del siguiente. El primero estaba en contra de la escritura el segundo asumió una postura ambigua y el tercero, maestro de occidente, estaba inmerso en la cultura letrada.
Hoy sabemos gracias a Lev Vygotsky que escribir lleva a nuevas formas de pensar, se recrea interiormente la dialéctica y que la reducción de la memoria individual ha sido en abono del aumento de la memoria cultural. La interacción es una realidad y las dudas acerca del acceso al conocimiento han sido una constante dese el Árbol de la sabiduría hasta Google.
Desconfiemos de las visiones utopías y de la visión apocalíptica pugnemos por el análisis. Me parece que ese fue el grito de consigna de un grupo de maestros que, sin conocernos a cabalidad, luchamos desde nuestras comarcas del pensamiento, desde la isla de nuestras aulas que bien pueden tener 4 paredes blancas o un chat y un pizarrón empacado para llevar en una laptop, por ser el eslabón que proteja lo mejor del pasado mientras incursiona de lleno en los nuevos territorios de la mágica tecnología.

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