domingo, 15 de julio de 2007

II Reina de corazones y espadas


No hay venganza más temible que el de un monarca destronado. Paula fue reina por largo tiempo, uno podría comenzar su historia diciendo:

Hubo un reino lejano donde la sonrisa de una pequeña era la suficiente para que el sol brillara y una lágrima suya podía desatar huracanes y temblores.

En su mente es así como lo sentía aún antes de lograr verbalizarlo. A penas la bondad de las hadas del cuento de la Bella Durmiente igualaba los dones con los que sus tías y tíos, vecinos y parientes adornaban el ego de esta reina de corazones.

Podrán comprender entonces por qué, el destino de Paula eclipsado por la llegada de su nueva hermana, era más sombrío que los cien años de letargo que azotaron al país de la durmiente. La sonrisa dejó de alumbra al sol para convertirse en una mueca que desata la tormenta. La vida de Paula sólo viene a reafirmar la vieja teoría de Gudrum Ander Grimsy quien terminó desenmascarando las bondades pedagógicas del cuento de hadas, donde por cierto se esconden la dualidad de bruja/princesa, príncipe/monstruo-dragón, que prefigura cualquier mente criminal y que, es hasta hoy culpable de la degradación moral de la sociedad, tal como lo ha discutido con profusión el padre de nuestra actual fenopsicologia post moderna Luke Sky Vather.

Pero no nos distraigamos de la leyenda más cruenta que la criminología haya registrado. Decir que Paula quiso matar a su hermana sería un exceso, al menos no existen pruebas contundentes. Desaparecerla del mapa borrarla de la historia, eso sí. Pero cómo culparla.

No es una relación fácil la que la niña estableció con Carlota porque al tiempo su presencia la creía insustituible, era como si el tremendo dolor que la pequeña cunita rosa al fondo de su cuarto le provocaba, hubiera, también, abierto el camino hacia un nuevo deleite. Iniciaba con el aroma sutil de talco y leche materna, para luego sumergirse entre tules y ver a la criatura más indefensa del mundo y reventar una frágil pompa de jabón cuando flota apacible ¡Cuánto poder y cuánta belleza! Cómo entender que el desprecio y el placer pueden fundirse en un abrazo, como los caramelos agridulces que tanto le gustan.

Es probable que la analogía, que le motivaba a reventar la paz del sueño de la bebe, le invitara a usar la esponja natural, esa con la que la madre le rosa apenas la delicada piel cada tarde de baño. El objetivo, rellenar los conductitos nasales de la chiquita con agua helada. Era apasionante ver como el agua se acumulaba como una alberquita hasta que Carlota tosía y berreaba. Otra vez y otra más a pesar de la dificultad que implica luchar con la cara inquieta. Al oír el llanto la madre reprendió a Paula, tratándola con cierto descrédito como si se tratara de una molesta araña a quien se menosprecia por su tamaño, a la que se ahuyenta de un manotazo. No sería tan fácil parecía decir la niña con la mirada al responder a la madre:

--Mamí te quería ayudar a bañarla…-- La madre la abrazó con displicencia y la mandó a jugar. Empezaba a odiarla también, a resentir que hubiera migrado sus palabras, el tono y hasta sus apodos a esa enana regordeta y sin gracia. Eran privilegios que le pertenecían desde la prehistoria, deferencias apenas necesarias para perpetrar la armonía, incluso de los astros. Mal presagio, el “vivieron felices para siempre” se desmantelaba, se descaraba en una fórmula retórica que daba aire para emprender el nuevo relato, oscuro y misterioso, incierto pero intenso, mucho más que el primero. Un cuento que le revelaba a Paulita una fuerza que no conocía y un proyecto que comenzaba a penas con estrujar entre sus manos las rojizas mejillas de su hermana y mantener el equilibrio de hacerla sufrir sin desanudar el llanto que despertaría a toda la casa.

El ímpetu y la disciplina de los pellizcos llegó a levantar la inquietud sobre la tendencia febril de la bebe, lo que promovió más cuidados y atenciones. Sin embargo, el final, de lo que Paula consideraba la primer batalla fue infeliz. La intensidad de las pasiones se dibuja mejor con claro obscuros y su desdicha fue profunda por haber tenido la victoria pescada de las oreja, o quizás de las patas, pero como una liebre fugitiva salió corriendo para dejarla con el alma vacía.

Una tarde mientras la madre preparaba la tina, le encargoa Paula que cuidara a Carlota. La chiquita yacía desnuda cubierta con su toalla blanca con la cabecita cubierta como una caperucita. ¿Por qué tienes esos ojos tan grandes? Preguntó Caperucita.

Un chillido agudo y sin tregua alertó a la madre que de dos zancadas atravesó del baño al cuarto:

--¡Qué le pasa a tu hermana!—preguntó furiosa.

--No sé—respondió Paulita aterrada y exudando lágrimas por todo el cuerpo.

La madre avergonzada de sus sospechas acarició con prisa a Paulita para tomar presta a la bebe en brazos. Tal vez tendría cólicos, la paseo insistente de ida y vuelta por la recámara pero el berrido no bajaba en intensidad y asustada corrió al teléfono para llamar al médico quien le recomendó llevarla de inmediato. No fue hasta que comenzó a vestirla que fue testigo del agravio, el tatuaje morado y perfecto de una dentadura pequeña y alineada como firma del crimen…


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