lunes, 1 de junio de 2009

El espejo de Leticia


Llega corriendo a comer, no habla con nadie. Su hermana es presumida, su madre ingenua y su padre ausente. Sube las escaleras a brinquitos y se tropieza con el perro Chat. Chat se enreda como una serpentina entre sus piernas y ella se siente secretamente feliz, no lo demuestra y continúa subiendo, ahora con parsimonia para encerrarse en su cuarto. Chat tal vez se pone triste porque a Leticia ya no le gusta ser Lety, sólo a ratos, cuando nadie está en casa. A Lety le encanta corretear por la sala y saltar en los sillones mientras Chat brinca y ladra ovacionando sus hazañas. La verdad es que nadie sabe bien lo que Chat piensa, su cola se detiene y se recuesta tras el portazo de Leticia resguardando fiel su intimidad. Ella se mira al espejo y se desdobla, aparece la otra en el espejo. La primera se levanta la playera rigurosamente blanca del uniforme de deportes, se saca el brasier con relleno y la otra mira con desaprobación los dos montículos raquíticos. La primera le avienta a la del espejo la playera y corre a conectar el ipod. La música grita la historia de una niña que quiere ser la princesa de la preparatoria y espera al príncipe azul a la hora de la salida. De nuevo se sienta ante el espejo tras ponerse unos pants. Comienza a llorar. Ninguna de las dos sabe bien por qué. Me gustaría poder contarte cómo es que las dos dialogan y construyen la vida pero sus frases están hechas de miradas, muecas e incluso de algunos bailes.
Su madre entra algunas tardes y le habla de su futuro, le advierte dulce o a gritos. Las dos Leticias se miran desconfiadas porque el futuro lejano sobre el que especula su madre es un planeta remoto, su vista no alcanza a mirar más lejos que a la fiesta del viernes.
Las calificaciones que parecen ser una obsesión para su familia, son sólo números tontos, lo difícil no es la prueba de Mate, le quita el sueño la ira de Fernanda, su mejor amiga, quien no le perdona haber besado a Joaquín el niño que les gusta a las dos, pero que Fernanda vio primero. Difícil resistir las ganas de probar un beso sin el riesgo de ser calificada de zorra. Difícil contener las nauseas que provocan un trago de cerveza o tener el valor de decir no ante el riesgo de parecer mojigata.
La del espejo cambia constantemente para desconcierto de la primera. Es como si cada que Leticia la mira un proceso alquímico funde un ingrediente nuevo a la niña escondida que ambas llevan dentro, esa que se esconde entre polvos traslúcidos y sombras de colores.
Yo quisiera advertirle como el Lobo a Caperucita que existen dos caminos uno corto y uno largo. Ella lo intuye y yo sé que cada día opta hacia el Sur o hacia el Norte y no puede mirar hacia atrás ni borrar las huellas.
Soy el espejo de Leticia, la miro con atención para guardar la cara que se ha de esfumar mañana.

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